jueves, 16 de enero de 2020

El espectro visible de la muerte.

Es el canto vociferado, escuchas cada mañana canciones a modo de plegaria para un amor que está enteramente ciego en su descanso, y sales de la casa, y ves la calle enrejada a través de los barrotes del patio. El ruido ambiental se reduce en el lenguaje de los pájaros, la chocante loza del vecino, en vez su teléfono o, uno que otro auto. Un sonido distante se acerca, me alcanza y se degrada más allá en el cemento soleado, son los pasos de esas personas que, como si fuesen fantasmas transitan momentáneamente por allí con relevo apresurado.

Y me pregunto qué será de aquellos espectros, espectros visibles de la muerte, que tras su partida hasta el cielo ascendieron, circularon sesgados y adeptos en un mundo habitado e indiferente, que gira sobre su propio eje; que tras el desamarro de sus vendas miraron y se fueron al verse abandonados entre esferas frías y calientes ¿Qué será de ellos? Nunca más volvieron. Se fueron, se fueron bien lejos, donde nada vuelve, ni el tiempo, ni el recuerdo, el rencor, el orgullo o su misma muerte.